domingo, 7 de octubre de 2012

Pertinacia de los senderos...




He tratado toda mi vida de evitar esos senderos con olor a limón.
Esos caminos amables y bucólicos, rodeados de plantas coloreadas por el tiempo y la luz,  esos senderos con olor a limón que aparecen como suaves y reconfortantes no son más que una bruma peligrosa, que pueden conducir a lugares horribles, tenebrosos, llenos de dolor.
Por eso he elegido casi siempre los caminos agrestes, los senderos de arena que molesta o de piedras que pueden lastimar, esos senderos en la difícil y alta montaña, que cuestan hasta el sufrimiento, que arden en la piel, pero que llevan a la luz acogedora de la cima, a la paz interior, a la unidad con todo lo existente.
Por eso cuando puedo evito esos senderos con olor a limón, esos trayectos de ensueño feliz pero de realidades angustiantes y sin salida, de esos senderos con olor a limón solo tengo lo peor que puedo tener como recuerdo, ese fugaz pasaje de tristeza y sin sentido, y es solo por ello y no por otra cosa que trato de hacer lo humanamente imposible por evitar recorrer esos senderos atrayentes y llamativos, esos en los cuales es fácil saber al comienzo su destino final, porque los delata ese fuerte y embriagante olor a limón.
Además de esos senderos nada mas he evitado de recorrer en mi vida, me he animado a casi todo, excepto una sola cosa más, también he tratado de evitar el hueco suave que se forma en la mejilla cuando las sonrisas son amplias y generosas, esos huequitos que se forman en los pliegues de la piel cuando se abre la boca y se ven los dientes blancos como un trasfondo divertido de la amplia carcajada. No es por la persona, que me resulta amable, ni por su sonrisa que me encanta y me produce un suave alegría, no es por nada de eso que evito el hueco que se forma entre los pliegues de la mejilla, lo evito simplemente por que cuando me acerco un poco más, veo allí la trampa, no la trampa ni el engaño de la persona que sonríe, ni tampoco la trampa que yo puedo  llegar a construir, veo la trampa del paisaje, la trampa del destino o de la memoria ancestral, y enseguida puedo advertir el peligro de la trampa mortal, justamente porque allí, en el hueco disimulado que dejan esas sonrisas contagiosas, justamente allí, en ese lugar que no se ve al menos que uno preste atención, allí no hay una cara, ni una sonrisa, ni siquiera un pequeño pliegue entre la piel rosada de las mejillas, allí hay algo mucho más triste y angustiante, porque si te acercas, rozas la piel y la puedes oler, ya no veras a la persona, no veras su historia ni sus aspiraciones, y no la veras porque has perdido toda sensatez, toda posibilidad y toda perspectiva, solo podrás ver con claridad aquello que nunca hubieras querido ver ni oler : el incomodo, tenebroso, atractivo y angustiante sendero sin futuro y cargado hasta el hartazgo de ese penetrante, ilusorio, agobiante y conmovedor perfume de limón.
Edgardo, primavera de 2012

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