He tratado toda mi vida de evitar esos senderos con olor a
limón.
Esos caminos amables y bucólicos, rodeados de plantas
coloreadas por el tiempo y la luz, esos
senderos con olor a limón que aparecen como suaves y reconfortantes no son más
que una bruma peligrosa, que pueden conducir a lugares horribles, tenebrosos,
llenos de dolor.
Por eso he elegido casi siempre los caminos agrestes, los
senderos de arena que molesta o de piedras que pueden lastimar, esos senderos
en la difícil y alta montaña, que cuestan hasta el sufrimiento, que arden en la
piel, pero que llevan a la luz acogedora de la cima, a la paz interior, a la
unidad con todo lo existente.
Por eso cuando puedo evito esos senderos con olor a limón,
esos trayectos de ensueño feliz pero de realidades angustiantes y sin salida,
de esos senderos con olor a limón solo tengo lo peor que puedo tener como
recuerdo, ese fugaz pasaje de tristeza y sin sentido, y es solo por ello y no
por otra cosa que trato de hacer lo humanamente imposible por evitar recorrer
esos senderos atrayentes y llamativos, esos en los cuales es fácil saber al
comienzo su destino final, porque los delata ese fuerte y embriagante olor a
limón.
Además de esos senderos nada mas he evitado de recorrer en
mi vida, me he animado a casi todo, excepto una sola cosa más, también he
tratado de evitar el hueco suave que se forma en la mejilla cuando las sonrisas
son amplias y generosas, esos huequitos que se forman en los pliegues de la
piel cuando se abre la boca y se ven los dientes blancos como un trasfondo
divertido de la amplia carcajada. No es por la persona, que me resulta amable,
ni por su sonrisa que me encanta y me produce un suave alegría, no es por nada
de eso que evito el hueco que se forma entre los pliegues de la mejilla, lo
evito simplemente por que cuando me acerco un poco más, veo allí la trampa, no
la trampa ni el engaño de la persona que sonríe, ni tampoco la trampa que yo
puedo llegar a construir, veo la trampa
del paisaje, la trampa del destino o de la memoria ancestral, y enseguida puedo
advertir el peligro de la trampa mortal, justamente porque allí, en el hueco
disimulado que dejan esas sonrisas contagiosas, justamente allí, en ese lugar
que no se ve al menos que uno preste atención, allí no hay una cara, ni una
sonrisa, ni siquiera un pequeño pliegue entre la piel rosada de las mejillas,
allí hay algo mucho más triste y angustiante, porque si te acercas, rozas la
piel y la puedes oler, ya no veras a la persona, no veras su historia ni sus
aspiraciones, y no la veras porque has perdido toda sensatez, toda posibilidad
y toda perspectiva, solo podrás ver con claridad aquello que nunca hubieras
querido ver ni oler : el incomodo, tenebroso, atractivo y angustiante sendero
sin futuro y cargado hasta el hartazgo de ese penetrante, ilusorio, agobiante y
conmovedor perfume de limón.
Edgardo, primavera de 2012
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